Conocí a Miguel Barroso a poco de publicar su libro Un asunto sensible, que me produjo una inmejorable impresión. Me lo había presentado Annabelle Rodríguez, una buena amiga, exiliada cubana y promotora de empresas político-culturales sobre la isla, como la inolvidable revista Encuentros. La relación fue breve y cordial, siempre centrada en Cuba, hasta el punto de que en una ocasión me visitó en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense para contarme que había dado con un tema importante de investigación en Cuba, invitándome a colaborar con él. Luego vino el silencio. A mí me había interesado Un asunto sensible, y lo sigo recomendando cada vez que alguien me pide referencias bibliográficas sobre el castrismo.
Mi otra relación con Miguel Barroso tuvo lugar a distancia, sin contacto personal alguno, pero existió en un marco general de política de información, si aplicamos el viejo método baconiano de presencias, ausencias y variaciones concomitantes, sobre datos que únicamente pudieron proceder de la observación participante.
Debió ser hacia marzo de 2018 cuando asume un papel significativo en relación con El País, de la mano de una gran figura del capitalismo especulador, Joseph Oughourlian, y con una referencia política clara en el PSOE de Pedro Sánchez. Como veterano colaborador de serie B del diario desde 1981, pude presagiar la tormenta, sobre todo porque entonces el tema caliente era el catalán. El cambio apuntado se concretó al cesar Antonio Caño como director, en junio de 2018, con una nueva línea editorial, visible sobre Cataluña y otros temas, afectándome al conocer tras el verano, sin notificación oficial alguna, el fin de mi colaboración. Fue salvada gracias a la ayuda personal del subdirector Joaquín Estefanía, pero con una disminución drástica de presencia. En 2021, cuando Barroso asume la responsabilidad, tanto económica como de orientación del diario, desaparezco de la edición impresa y en un lógico fin de fiesta, de modo definitivo con la limpieza de julio de 2022. Hace falta reconocer que estuvo bien orquestada, con una escala de eliminaciones, presentándose como simple reordenación -disuasoria de respuestas individuales-, y con excepciones de alto valor simbólico, dirigidas a encubrir el sentido general de la jugada estratégica.
De ella resultó el diario que hoy conocemos, excepcional en cuanto a la coherencia de una información militante que se aplica minuciosamente a todos los temas. El propósito es dar con el último resquicio que sirva para confirmar la política y las actitudes del Gobierno, así como para desacreditar a las opositoras. Desde la amnistía a las energías renovables, de los debates parlamentarios a la ecología. Múltiples temas, un único mensaje. Cuando la noticia es negativa, se tratará de atenuar su alcance, hablando de «dudas», como en el reciente dictamen de los letrados de Justicia, o el Gobierno aparecerá aplacando tensiones si un juez es atacado nominativamente por una vicepresidenta, como si tal actitud pudiera ser espontánea.
Nunca abordar un análisis crítico de aspectos sustanciales de la política del Gobierno. En cuestiones como la política de Sánchez, referidos a «asuntos sensibles» de Latinoamérica o el Magreb, o a su posible incumplimiento de las sanciones a Rusia en el abastecimiento de gas, prudente silencio. No hay un cabo suelto. Lo importante es el resultado, al servicio de la causa oficial: hagamos avanzar el progresismo y retroceder la amenaza de un gobierno de la reacción.
«La intervención de Barroso en un diario repercute no solo en su orientación, sino en su subordinación a los intereses del Gobierno»
En apariencia, toda esta historia tiene poco que ver con una novela-documental sobre Cuba y además se encuentra contaminada por la presencia del autor en el relato. Es este un defecto que sin embargo resulta inevitable para ir puntualizando cómo la intervención creciente de Miguel Barroso en el marco editorial de un diario, repercute en la estructura informativa del mismo. No solo en su orientación, sino en la puesta en práctica de una estricta subordinación a los intereses y la acción del Gobierno, y en orden de combate. Un ejemplo. Era norma de El País no entrar en polémica abierta con otros periódicos; hoy publica cada semana una serie de artículos dedicada a mostrar las afirmaciones reaccionarias de quienes escriben en diarios de la derecha. Su Libro de Estilo ha cedido paso a una degradación con juego de palabras: libre de estilo.
La pasión de Miguel Barroso por Cuba era un componente fundamental de su personalidad; hasta vísperas de la muerte, distribuye su vida entre la isla y España. Se encuentra en Cuba cuando recibe la gran noticia de los buenos resultados del 23-J: «Se ha notado tu mano en el final de la campaña» le elogia su amiga Joana Bonet, y él responde: «Estoy llorando», se supone que de emoción. Para Miguel Barroso, según nos informa también la necrología de La Vanguardia, no importaban Feijóo ni Puigdemont, «el tema es progresismo o reacción, desde Washington a Buenos Aires o a Zaragoza». «Se trata de presentar la disputa catalana como una anécdota del pasado», habría explicado a su interlocutora. Más claro, imposible.
Conviene añadir que es lo contrario de lo que pensaba en su día la que fuera su esposa y correligionaria Carme Chacón, quien en 2014 me escribió una vez, mostrando una extrema sensibilidad frente al secesionismo catalán: «He comenzado a temer como nunca por el futuro que les espera a niños como el mío en Catalunya», advertía. De anécdota del pasado, nada. Y criticaba la pasividad de su PSOE: «Mi partido sigue sin entender nada». La exministra catalana me envió entonces un artículo suyo publicado en el Miami Herald, respuesta a otro escrito por un portavoz de la Generalitat, que merecería ser reproducido hoy. Era posible ver las cosas más allá del maniqueísmo político.
Esta actitud, aplicada al castrismo, condiciona la protesta de neutralidad por parte de Miguel Barroso, quien al hablar de su libro, lo presenta como animado por el propósito de «reconciliación de los cubanos, de dentro y de fuera». En anotaciones marginales aprueba la Revolución –«los barbudos trajeron la decencia», Hemingway dixit-, sin añadido alguno sobre su desarrollo ulterior de esta historia, mientras califica a Miami de «sede mundial de la paranoia política».
De ahí que la lectura de la novela documental de Miguel Barroso Un asunto sensible, publicada en 2009, tenga dos dimensiones, una como investigación policial a mitad de camino entre una road movie y Ciudadano Kane, otra como microscopio aplicado al estilo de Gobierno de Fidel Castro. En la primera dirección, Barroso reconstruye las piezas del espinoso caso de un comunista habanero como posible delator de opositores masacrados por Batista, con una espléndida galería de personajes. Bajo esa superficie subyace el análisis de la estrategia del poder político, de la justicia y de la comunicación que pone en práctica Fidel Castro para bloquear el intento del Directorio, grupo político de los asesinados, para profundizar implicando al Partido Comunista, exonerando de forma torticera a éste y saliendo del embrollo como gran sacerdote de la justicia y de la concordia en Cuba.
Fidel habría decidido conjurar los riesgos de un caso susceptible de arruinar sus relaciones imprescindibles con el Partido Comunista y la URSS, en aquellos primeros años de la Revolución. Puesto a jugar a fondo, no paró y de inmediato tras el primer desenlace favorable, hasta dar la vuelta a la situación, consolidando su monopolio de poder, e incluso ajustando las cuentas con ese aliado peligroso, por invasivo, que era el dúo PC-URSS. Obviamente es este segundo aspecto el que nos interesa.
«Fidel confirmó una vez más su calidad como guionista, director de escena y protagonista principal de la televisión en Cuba»
Con su gestión de ese laberinto que fue el llamado caso Marquitos, el comunista o confidente que vendió a los jóvenes opositores asesinados en 1957, Fidel nos ofrece una versión imaginativa y sofisticada del maquiavelismo. Sobre el telón de fondo inevitable del enfrentamiento de la Revolución con sus enemigos, dejó claro que para él resultaba esencial el monolitismo, alejar el riesgo de una pluralidad de grupos actuantes en torno al crimen: «Que las facciones no asomen por ninguna parte».
Para evitarlo, hubo que someter la exigencia de justicia a su máscara, el castigo del supuesto culpable convertido en chivo expiatorio, tapando las responsabilidades que podían corresponder al Partido Comunista, del que el delator era miembro. Para ese fin había que manipular a fondo el procedimiento judicial y utilizar a fondo una segunda máscara, la información televisiva, también sistemáticamente manipulada. Desde su uso para ampliar el impacto popular de la represión practicada tras derrocar a Batista, y en el magistral golpe de Estado contra el presidente Urrutia en 1959, Fidel confirmó una vez más su calidad como guionista, director de escena y protagonista principal de la televisión en Cuba.
La bien orquestada farsa tuvo un sorprendente epílogo con el aprovechamiento del caso por Fidel, a costa de los dirigentes comunistas que habían acogido a Marquitos durante un transitorio exilio en México, acusándoles de colaboración con la CIA. Era así exhibido el omnipresente peligro exterior, la siempre utilizada figura –made in Stalin– del traidor interno a la revolución, y eliminaba a un dirigente del Partido rigurosamente fiel a Moscú. Perfecta jugada de billar a tres bandas. El arresto domiciliario de por vida al falso culpable -la misma suerte del máximo dirigente chino enfrentado a Deng Xiaoping sobre Tiananmen-, y ello sirvió para evitar el enfado de la URSS ante la ejecución de un hombre suyo en La Habana. «La revolución no necesita dos cerebros», advirtió Fidel, apuntando a la motivación principal de su cambio de juego.
El análisis por Miguel Barroso de la estrategia del poder exhibida por Fidel en el caso Marquitos, reproducida a fines de los 80 con el proceso y ejecución del general Arnaldo Ochoa, el héroe de Angola, permite contemplarlo como un modelo exportable. En su base, la visión dualista, maniquea, del enfrentamiento de la Revolución con los contrarrevolucionarios, gracias a la cual todo conflicto, todo tema por importante que sea, ve desaparecer su contenido, asumiendo la subordinación al objetivo fundamental, que se consolide la Revolución, léase el monopolio de poder del dictador, y sea eliminado el riesgo de un triunfo de sus enemigos. Revolución contra gusanos en Cuba 1960, ¿por qué no progresistas frente a reaccionarios, aquí y ahora? Así veía las cosas Miguel Barroso en el 23-J.
«Habrá que forjar una dualidad irreconciliable entre las dos Españas, del mismo modo que 1959 creó dos Cubas»
Por eso Saturno, en palabras de Fidel, esto es la Revolución, esto es Él, no debía devorar a sus propios hijos, pero sí podía hacer de ellos marionetas según su interés y voluntad. La cuestión central en apariencia, la aplicación de la justicia en el caso Marquitos, capital para entender la complejidad del conflicto, se convertía en obstáculo a apartar, y esa exigencia concernía a todo otro tema de gobierno. La actitud que preside el quehacer político de Pedro Sánchez. A Fidel Castro no le importaba que la eliminación del comercio privado fuese un desastre, que una intervención militar en el exterior acarreara grandes costes humanos o que el armamento nuclear de la URSS en Cuba supusiese un enorme riesgo. Una vez aplicado por Fidel el único baremo, de conveniencia o perjuicio para la Revolución, que manejaba en solitario, cualquier examen de la realidad era excluido y anatematizado. Faltaba solo algo fácil de conseguir en un régimen totalitario, la puesta en marcha de una propaganda que machacara a la opinión pública, propiciando la exaltación del régimen y el aplastamiento de la disidencia.
En una democracia, esto es más difícil de lograr para el conjunto de la opinión pública. Habrá que conformarse con blindar la franja de opinión orientada desde arriba por el «progresismo» y forjar, a pesar de las lecciones de la transición y de la democracia, una dualidad irreconciliable entre las dos Españas, del mismo modo que 1959 creó dos Cubas. Para ese fin ha servido la estrategia de comunicación que siguió a la instalación de un brillante escritor, consejero de estrategia política con Pedro Sánchez, en posiciones claves de los dos medios, de prensa y radio, con mayor influencia en España.
Las enseñanzas de Fidel aplicadas a la vocación dictatorial de Pedro Sánchez, de acuerdo con Un asunto sensible, tienen por eje la práctica de un dinamismo constante como resorte que asegura la eficacia del sistema de poder. No debe ser este una losa, sino una araña en constante movimiento. Su objeto es buscar la imposición sobre el adversario, o la víctima si se quiere, adelantándose de ser posible a los movimientos de éste. Atendiendo eso sí a una rigurosa voluntad de aniquilamiento. Los contenidos concretos de la política y las propias ideologías han de desvanecerse ante esa prioridad otorgada al juego permanente en este western, de afirmación de la política del Bueno, el Presidente, contra el Malo, la Oposición que se enfrenta a él.
«El papel de sus medios resulta capital, a efectos de fijar en los ciudadanos la idea de que la política es un duelo entre el Bien y el Mal»
Saturno se concibe a sí mismo como una piovra, en el sentido de la literatura negra italiana, un pulpo cuyos tentáculos están ahí para capturar y aniquilar a las presas, sus adversarios. De cara a ver realizado ese fin, el papel de sus medios resulta capital, a efectos de fijar en los ciudadanos la idea de que la política es un duelo interminable entre el Bien y el Mal, el Progreso y la Reacción, debiendo los defensores de lo primero practicar una adhesión ciega y activa, del tipo que ofrecen las hinchadas de los equipos de fútbol, y con su intransigencia y agresividad. La visión oficial del conflicto político transfiere a nuestro país en sus fundamentos un esquema dualista tan lejano en principio como el que presidió, y preside aún hoy, la acción de la dictadura cubana.
El fracaso de tal operación requiere un compromiso político diametralmente opuesto, apoyado en el muro que está edificado sobre los valores de la democracia, recogidos en nuestra Constitución. Pero la lección de Fidel Castro no está dirigida solo a quien trata de ejercer un poder personal, sin límites, sino que también concierne a aquellos que tratan de combatir ese propósito. Y con mayor razón cuanto que nuestro discípulo se mueve como un maestro, o le enseñaron a moverse como un maestro, contraviniendo sin descanso para sus intereses la normativa constitucional que debiera cumplir, y acompañándolo de la política correspondiente de intoxicación informativa, punto por punto y día a día. Para servir de algo, la oposición ha de ser también dinámica y tener en cuenta que dentro del respeto al orden constitucional, debe intentar las consiguientes respuestas para contrarrestar la vulneración permanente del mismo por parte del gobierno. Es un juego de piezas móviles. Como decían los cubanos al comentar la carrera de obstáculos que les ponía delante el gobierno para sobrevivir: «¡No es fácil!».